EL TEATRO GRIEGO
El teatro griego: la tragedia
Las grandes fiestas del teatro griego eran las Grandes Dionisíacas, en primavera, con representaciones de Tragedias y Comedias, y las Leneas, en enero, con representaciones de Comedias. Hacia 534 a.C. Pisístrato dispuso que en las fiestas dionisíacas celebradas en primavera se celebrase un concurso entre diferentes obras presentadas por diversos autores y se representases tres tragedias (que conformaban una trilogía) y un drama satírico. Era el público el que decidía el ganador. Posteriormente se fue introduciendo una comedia al final de las fiestas.El origen de la tragedia: el ditirambo
El teatro griego tiene un origen religioso y ritual: se remonta a los cultos primitivos del Dios Dionisos o Baco, divinidad del vino y la fertilidad de la tierra. Los ritos dionisíacos celebraban la muerte del dios en otoño y su renacimiento en primavera. Tanto la tragedia como la comedia derivan de estos ritos, concretamente del Ditirambo. El ditirambo era un himno coral en honor de Dionisos. En las fiestas consagradas a Dionisos se formaba un coro de campesinos disfrazados de sátiros (trasgos, es decir, ‘macho cabrío’ en griego; de este término proviene la palabra tragedia)[1] o compañeros de Dionisos, para entonar cantos, que eran interrumpidos por exclamaciones y comentarios del director del coro o corifeo. En estos himnos se alababa a la divinidad, pero también se narraban sus aventuras, con lo cual se introducía en el acto ritual un componente teatral, puesto que se produciría movimiento y gestualidad para acompañar la narración. Este ritual de origen religioso contiene el germen del teatro heleno, pues ya encontramos la característica fundamental del teatro: gente que mira y gente que actúa.
Tespis, director de un coro a finales del siglo VI a.C., introdujo un actor para que dialogara con el corifeo y el resto del coro. La introducción del diálogo constituye el siguiente paso decisivo para el nacimiento del drama propiamente dicho. Desde ese hecho sólo faltaba un paso hacia la evolución del teatro como forma independiente: la incorporación de otros actores y personajes.
La comedia
Las comedias se utilizaban para poner de manifiesto los vicios o defectos humanos. Los protagonistas de las comedias se convertían en antihéroes mediante los cuales el autor criticaba personajes (políticos, escritores, etc.) de la vida pública, fácilmente reconocibles por los espectadores. Para acentuar el efecto cómico de las –ridículas– situaciones se usaban máscaras y disfraces insólitos (rana, pájaro, nube…). El lenguaje estaba plagado de juegos de palabras (coloquialismos, referencias sexuales…). El máximo representante de la Comedia Antigua es Aristófanes (Las nubes, Las avispas, Las ranas, Lisístrata, etc.). Él mismo inició el paso a la Comedia Media (principios siglo IV), en la que se reduce la crítica política para decantarse por el retrato de costumbres y la crítica social. Hacia mitad del siglo IV se impuso la Comedia Nueva, cuyo máximo representante es Menandro, un autor clave para el posterior teatro romano.
Lugar de representación, escenografía, vestuario y representantes
El público que asistía a las representaciones se colocaba en unas graderías semicirculares (teatron). Los teatros se construían aprovechando la inclinación natural de una ladera, con lo cual se conseguía democratizar la audición (la acústica era «perfecta») y visión del espectáculo. Enfrente de las graderías se encuentra la orquesta, la base del teatro donde se sitúa el coro. En el escenario o proscenio (proskenion), elevado, dialogan los dos (o tres) actores. Detrás de él se sitúa la skené, donde se sitúa el decorado, cada vez más realista, detrás del cual los actores podían cambiarse de vestuario. Unas escaleras permiten el acceso del escenario a la orquesta: es el parador, término que da nombre (parodos) a la primera parte de la tragedia, en la que el coro baja salmodiando desde el escenario a la orquesta.
Como hemos dicho, un mismo actor –siempre hombre– representaba diferentes papeles. Para ello los actores utilizaban enormes máscaras, que representaban diferentes tipologías de personajes; las aberturas de la boca servían de amplificador de la voz. La máscara –o, en tiempos primitivos, la cara embadurnada de barro o azafrán– era el elemento que transformaba al actor en personaje. Los actores trágicos, además, para sobresalir por encima del coro, ser visto por los espectadores y mantener la proporción con la máscara, calzaban coturnos, una especie de alzas o zancos. Como vimos, Tespis introdujo el primer actor (protagonista) para dialogar con el corifeo y el coro. Fue Esquilo el que introdujo el segundo actor (deuteragonista), con lo cual se configura definitivamente el drama a través del diálogo entre personajes. Sófocles inventó el tercer actor (triagonista). Eurípides seguiría la línea de Sófocles aunque, en ocasiones, añadió un cuarto actor.
Un elemento clave de la tragedia es el coro. En sus comienzos su presencia era fundamental, pero a medida que se introducen los actores, se humanizan las tramas y se desarrolla la escenografía irá perdiendo importancia. El coro aportaba el componente ritual a las obras, ya que, como vimos al explicar el ditirambo, poseía las funciones de plegaria e invocación a los dioses. Pero, además, el coro asume el papel de narrador (de lo que sucede y no vemos o lo sucedido en el pasado e incluso lo presagiado en el futuro) y comentador de las acciones. Otra de las funciones del coro es servir de enlace entre los episodios, ya que sus entradas y salidas los abren y cierran. Los coreutas –así se denominan los miembros del coro– aumentan de doce a quince en las obras de Sófocles.
El corifeo es el dirigente del coro; realiza la función de comentador de la acción: aporta las claves o las consecuencias de las acciones. Además, es la voz de la conciencia o de la experiencia e, incluso, funciona como la conciencia de los espectadores. Para el crítico francés Roland Barthes, la función principal del coro es preguntar: formula la pregunta clave –al protagonista, a los dioses o a sí mismo– e incita a la meditación.
Características de la tragedia
Según explica Aristóteles en su Poética, la tragedia es imitación (en griego mímesis, representación de la realidad) de una acción de carácter elevado con un lenguaje enriquecido y adornado. La acción implica un cambio de fortuna (peripecia) que hace mudar en desgracia la felicidad del protagonista, debido a uno o más errores (hamartías) cometidos con el desconocimiento de las consecuencias. La agnición es un cambio desde la ignorancia al conocimiento. El personaje trágico reconoce mediante la anagnórisis su culpa, su propia identidad o la de los demás[2]. La tragedia desemboca en la catástrofe, final desastroso que tiene como función la catarsis o purificación liberadora de los sentimientos negativos de los espectadores, que se han identificado con el sufrimiento del protagonista por medio del temor y la piedad que le han suscitado los hechos presenciados.
Otra acertada definición la aporta Miguel Espinosa en su libro sobre Asklepios: tragedia es el resultado de la confrontación entre la casualidad y la necesidad. Esta colisión se puede llamar hado, fatum, destino, fatalidad. Por necesidad, Edipo tenía que honrar a su padre; por casualidad, lo mató.
En resumen, las principales características de la tragedia son:
- La acción debe ser elevada y completa (que conste de principio, medio y fin)
- El argumento se extrae de la materia legendaria y mítica.
- El lenguaje debe ser elevado y adornado.
- Toda tragedia presenta un conflicto (agon) entre el héroe y uno o más personajes.
- La acción debe mostrar un cambio de fortuna (peripecia) de la dicha a la desgracia.
- El personaje debe pasar de la ignorancia al conocimiento (agnición) de su error, identidad, ley divina, etc.
- El protagonista es un héroe que merece el triunfo pero no puede escapar a su funesto destino.
- El espectador se identifica con el sufrimiento (pathos) del protagonista, porque la peripecia y la agnición inspiran compasión y temor.
- Se produce, por tanto, la catarsis o purificación de los sentimientos negativos del espectador.
Temas y estructura de la tragedia
Las tragedias se construían respetando las unidades de tiempo (la acción no debía superar las 24 horas), de lugar (no debía haber cambio de localización) y de acción (no debía haber tramas secundarias).
La estructura externa de las tragedias constaba de las siguientes partes: prólogo (normalmente un monólogo –o diálogo, en ocasiones– que presentaba los antecedentes de la historia), parodos (canto inicial del coro en la escalinata que sube de la orquesta al escenario), episodios (se corresponderían con los actos), estásimos (cantos del coro que separan los episodios) y éxodo (último episodio en el que sale el coro en su última intervención).
Los argumentos y temas de la tragedia provienen de los mitos y leyendas helenos. Podemos agruparlos en dos grandes ciclos:
- El ciclo de Argos, que narra la historia de la familia de Agamenón, rey de Micenas: el sacrificio de su hija Ifigenia para que sus naves puedan llegar a Troya y los asesinatos acaecidos tras el regreso del rey de la Guerra de Troya. El rey es asesinado por su esposa Clitemnestra y el amante de ésta, Egisto. Electra y Orestes, hijos de Agamenón y Clitemnestra, matan a su padre y a Egisto para vengar a su padre. Orestes acaba enloqueciendo obsesionado por la culpa. Algunas de las obras de este ciclo son: la Orestia (una trilogía trágica de Esquilo), Electra de Sófocles y Electra de Eurípides.
- El ciclo de Tebas. Se centra en la familia de Edipo y se desarrolla en una obra de Esquilo (Los siete contra Tebas) y tres de Sófocles (Edipo rey, Edipo en Colono, Antígona). Layo, al conocer el oráculo que pronostica que su hijo Edipo lo matará a él y se casará con su esposa, Yocasta, lo abandona al nacer. El criado que debía dejarlo en el monte lo entrega a un pastor, que a su vez lo entrega al rey Pólipo y su esposa, que lo crían como su propio hijo. Ya adulto, Edipo consulta el oráculo, que confirma la misma profecía que a su padre. Para evitar el parricidio (Edipo cree que su padre es Pólipo) se marcha de la ciudad. En una discusión en una encrucijada, mata a Layo, su verdadero padre, sin que él sepa su identidad. En Tebas resuelve el enigma de la Esfinge, es coronado rey y se casa con la reina viuda, su verdadera madre, Yocasta. Del matrimonio nacen cuatro hijos: Eteocles, Polinices, Antígona e Ismene. Al averiguar quién es en realidad Edipo, Yocasta se suicida y Edipo, después de cegarse, se marcha al destierro. Sus hijos varones ocupan el trono, que alternan anualmente. Eteocles se niega a cederlo a su hermano y Polinices sitia Tebas con un ejército. Los dos hermanos se matan mutuamente. A su muerte, Creonte, hermano de Yocasta, ocupa el trono y prohíbe enterrar a Polinices bajo pena de muerte. Antígona intenta enterrarlo, pero, al ser descubierta y encarcelada, se suicida. Al final del ciclo, los dioses perdonan a Edipo, sobre cuya familia recaía la maldición, por no considerarlo responsable de sus acciones.
Los grandes trágicos
Cuando Esquilo (ha. 524-455 a.C.), el primero de los tres grandes trágicos, llegó al teatro, éste ya es una práctica totalmente consolidada. Desafortunadamente, muy poco sabemos de los autores teatrales anteriores a Esquilo; tan sólo conservamos algunos nombres (Quérilo, Frínico…) y algunos fragmentos, que sobrevivieron a los incendios y saqueos de la Biblioteca de Alejandría.
El siglo V a.C. se corresponde con el extraordinario desarrollo de la tragedia y con la producción de los tres grandes trágicos griegos: Esquilo (524-455 a.C), Sófocles (497-406 a.C) y Eurípides (484-406 a.C.). A través de estos autores puede observarse la evolución de la tragedia, caracterizada por un aumento de la teatralidad (aumento de número de actores en detrimento del coro, más narrativo) y por un proceso de humanización de los personajes (iniciado por Sófocles –con Edipo y Antígona, sobre todo– hasta su culminación con los personajes plenamente humanos y cercanos a la realidad de Eurípides).
Esquilo estaba preocupado fundamentalmente por la función del destino. En sus obras cobra mucha importancia la noción de Justicia y su principal garante, Zeus. Cuando ambos –Zeus y la Justicia– imperan, la solución del dilema trágico en las obras de Esquilo es feliz.
Sófocles, cuya larga vida estuvo plagada de éxito y reconocimiento, se centra en sus tragedias en el análisis del dolor y sufrimiento humanos (pathos) y en la dignidad del comportamiento que muestran sus personajes ante situaciones extremas, como Antígona.
El teatro de Eurípides fue el más renovador de los tres grandes trágicos; con él asistimos a la culminación en el proceso de humanización de los personajes. Humanos y dioses presentan los mismos defectos y virtudes. Los antiguos héroes son ahora seres de carne y hueso, provistos de una conciencia que les conduce a la rebeldía y a la desmesura, como por ejemplo Medea, prototipo de la pasión y los celos. Otras importantes aportaciones de Eurípides son la preocupación por mostrar la Atenas de su tiempo, el aumento de la teatralidad (el coro ya ha perdido casi todo su papel dramático; ahora brilla por su calidad poética) y el renovado lenguaje, que incluye desde coloquialismos hasta juegos de palabras conceptistas heredados de la retórica oratoria y la logomaquia sofista, tan en auge en su época.
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