Tema 5. Teatro clásico europeo. El teatro isabelino en Inglaterra. Shakespeare. El teatro clasicista francés. Molière
Tema 5. Teatro clásico europeo. El teatro isabelino en Inglaterra. Shakespeare. El teatro clasicista francés. Molière
A) El teatro isabelino inglés
Antecedentes: la Comedia del arte y el paso del teatro ambulante al teatro estable
La Comedia del arte nació en Italia. A partir de un guion los actores improvisaban. Los personajes eran unos tipos establecidos: los criados como Arlequín -con su traje de rombos- Polichinela, la criada desenvueltas como Colombina, el doctor pedantón e ignorante, el militar ridículo y bravucón (de origen español). Se trata de personajes que tienen mucho de títeres y cuyas gracias son reídas y celebradas por el público. Usaban máscaras, excepto la pareja de enamorados; participaban mujeres y los temas preferidos eran el amor y los celos.
En el siglo XVI y parte del XVII, las compañías teatrales eran ambulantes, como los antiguos juglares. Se desplazaban en carretas por los caminos y actuaban en pueblos, ciudades o palacios, tanto en España como en Inglaterra. Se los conocía como cómicos de la legua. El paso al teatro estable se dio en España con la utilización de las corralas y en Inglaterra con la representación en tabernas. Estos lugares de representación dieron origen a los teatros semejantes a los actuales.
Cómo se representaba el teatro
Con Isabel I (1558-1603) el país consigue un periodo de gran prosperidad al producirse el importante despegue de su capitalismo industrial apoyado por un fuerte incremento de la población. Por otra parte, el contrabando de esclavos negros y la riqueza de los navíos ingleses dotaban de gran actividad al puerto de Londres. Si en Europa la Reforma partió de teólogos y juristas, en Inglaterra fue desde el poder. En 1534 el Parlamento aprobó una ley según la cual el rey era reconocido como Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra.
Del mismo modo que en los corrales de comedias españoles, el público de estos teatros estaba integrado por gente de toda condición, pero con un predominio del estamento popular, que imponía sus gustos al margen de los preceptos clasicistas. Era un público que reclamaba diversión y emoción, ya estas exigencias se entregaron sin resistencia todos los autores.
Durante el periodo isabelino se crearon una decena de teatros permanentes, la mayoría al aire libre, situados al norte y sur del Támesis. Se trataba de teatros de madera, o de madera y ladrillo, con partes techadas de paja, que en algún momento eran pasto fácil del fuego. Solían ser poligonales, con tendencia a la forma circular. Constaban de patio, en el que el público seguía la representación de pie, y dos o tres pisos de galerías. Esta disposición recordaba la de las posadas inglesas de dos o más pisos, en los que las galerías daban acceso a las habitaciones de huéspedes. De todos estos teatros no quedan en pie más que recuerdos de algunas ilustraciones panorámicas del Londres de la época, en donde suele aparecer El Globo.
El escenario consistía en una plataforma cuadrada de unos catorce metros de ancho por nueve de fondo, y que se situaba ante un muro con dos puertas. Allí tenía lugar la casi totalidad de la acción dramática, aunque, por encima de esa plataforma, existía una galería que podía acoger a otros actores y músicos, a veces ocultos al público. Esa galería era utilizada para las escenas de balcón (Romeo y Julieta). El escenario estaba rodeado de espectadores por todas partes, incluida la posterior, lo que hizo que los actores tuviesen que desembarcar por trampillas.
Prácticamente no existía decorado, sino algunos objetos simbólicos (antorchas a plena luz para indicar escenas nocturnas, arbustos en macetas para indicar un bosque, etc.). Esta ausencia de decorado y, por consiguiente, de localización referencial de la acción, era suplida por el propio texto, encargado de decir dónde se sitúa en cada momento la acción. Cuando el dramaturgo no lo indicaba así, solía hacerlo el actor de turno.
Sin embargo era muy importante y llamativo el vestuario, con el que se solía intentar dar una idea de lujo, sin importar demasiado la fidelidad a los usos de la época evocada.
Ruptura de las reglas clásicas
Es un teatro que no sigue los preceptos clásicos:
Se transgreden, en primer lugar, las controvertidas unidades de tiempo, lugar y acción.
Se mezclan los géneros, de manera que, en ocasiones, una situación trágica o de alta tensión dramática puede verse aliviada por la intervención cómica del clown (papel similar al que desempeña el gracioso en el teatro español).
Se mezclan, igualmente, los personajes nobles con los plebeyos.
Finalmente, en una misma obra pueden alternarse el verso y la prosa.
Los dramaturgos isabelinos antes de Shakespeare
A mitad del reinado de Isabel I tiene lugar en Inglaterra la mayor eclosión de dramaturgos de calidad que haya conocido este país en su historia. Se les conoce con el nombre de isabelinos por haber producido la mayor parte de sus obras durante este periodo. Thomas Kid, Christopher Marlowe y Ben Jonson fueron los más destacados dramaturgos de este tipo después de William Shakespeare.
Christopher Marlowe (1564-1593). Decepcionado como Kid del anglicanismo, posiblemente por el cariz puritano que adoptó, Marlowe abandona toda fe y práctica religiosa. Lo cual se deja ver en su teatro, cuya temática y argumentos, extraídos de la mitología, de la Edad Media y de la historia reciente, nos muestran el absurdo y el horror humanos. En su biografía se encuentran muchos puntos oscuros y misteriosos (episodios de espionaje, muerte violenta no del todo esclarecida…) Destaca, sobre todo, por su Tragedia del doctor Fausto (1588), primera versión teatral de la leyenda alemana que siglos después elevaría Goethe a la categoría de mito. También podemos citar El judío de Malta (1589-90), que sirvió a Shakespeare para la composición de El mercader de Venecia.
Ben Jonson (1572-1637), considerado como el más digno rival de Shakespeare, vivió el esplendor del teatro isabelino. Ben Jonson fue contemporáneo de Shakespeare. Autor especialmente brillante, dedicó sus esfuerzos principalmente a la comedia. Su obra más conocida es Volpone, muy inspirada en El judío de Malta y que a su vez inspiraría la comedia de Shakespeare El mercader de Venecia.
Shakespeare
William Shakespeare, el mayor de los dramaturgos isabelinos, nació en 1564, en Stratford-on-Avon. No pasó por las escuelas universitarias, aunque se sabe que estudió en la Grammar School de su pueblo. Al arte de la escena dedicó toda su vida: como actor, director, administrador y co-empresario de “El Globo”, junto al gran actor Richard Burbage.
Sus extraordinarios logros en el teatro no deben hacemos olvidar que, además, es uno de los más destacados poetas en lengua inglesa. Muy valioso es su poema de tema mitológico Venus y Adonis, pero son sus sonetos los que lo sitúan en un lugar muy destacado en la historia universal de la lírica amorosa.
5.1. La singularidad de su teatro
Las treinta y siete obras que conforman la producción dramática de Shakespeare constituyen tal vez el legado más impresionante de las letras inglesas. Su singularidad no se debe, sin embargo, a los planteamientos y los esquemas con que construía sus obras ni a la originalidad de las historias que abordaba, tomadas la mayoría de obras anteriores. Su grandeza hay que buscarla, sin duda, en otras aportaciones. Entre ellas podemos citar las siguientes:
Su estilo es asombrosamente rico. El dominio extraordinario de la lengua inglesa que el autor muestra le permite abarcar con maestría desde la expresión más exquisita y
sublime hasta la gracia y vitalidad del habla popular.
Esa potente riqueza estilística se puso al servicio de una aguda capacidad para usar los resortes de la emoción, de manera que el espectador o el lector- no puede permanecer indiferente ante las palabras de sus personajes.
Elevó a sus criaturas a la categoría de personajes universales, al encarnar las pasiones más fuertes del ser humano -amor, celos, envidia, ambición… -, pero no de forma esquemática, sino consiguiendo personajes extraordinariamente vivos.
Particularmente valiosa es su concepción del personaje cómico (clown o bufón) como contrapunto de los personajes más graves. Si en otros autores este personaje sirve para poner la nota cómica y aliviar la tensión de las situaciones más dramáticas (como, de hecho, ocurría también con nuestro gracioso), en Shakespeare sus intervenciones, sin perder el tono irónico, alcanzan en ocasiones auténtica hondura filosófica, de modo que el humor es con frecuencia más amargo que burlesco y la tensión dramática no se aligera, sino que se refuerza.
En las tragedias más patéticas está presente su genio irónico y burlón. En sus comedias, además de lo cómico y el suspense, no falta la reflexión profunda sobre la condición del hombre y la existencia.
El lenguaje dramático que Shakespeare pone en boca de sus personajes es una mezcla de estilos diversos entremezclados. A comparaciones y metáforas de tono elevado pueden seguir imágenes de la vida más doméstica y corriente. Esta mezcla de estilos no es privativa de la comedia, como podría pensarse. Está también presente en sus tragedias y dramas históricos.
El arte de Shakespeare consiste en conseguir el lenguaje y la forma teatral adecuada para conmovernos y hacer que constantemente nos cuestionemos las razones de los hechos que el espectador o el lector contempla.
Shakespeare no sólo lleva a su cima la tradición dramática de su tiempo, sino que, junto con los griegos, ha seguido marcando el teatro posterior: la escena romántica occidental, el teatro simbolista, el teatro épico y el propio teatro surrealista.
5.2. Clasificación de sus obras
DRAMAS HISTÓRICOS: “Ricardo III”, “Enrique IV”, “Julio César”… El interés de estas obras radica en la fuerza con que se representan las ambiciones humanas.
TRAGEDIAS: “Romeo y Julieta”, “Hamlet”, “Otelo”, “El rey Lear” y “Macbeth”.
COMEDIAS: “El sueño de una noche de verano”, “Como gustéis”, “El mercader de Venecia”, “La fierecilla domada”, “A buen fin no hay mal principio”, “La tempestad”.
“El rey Lear” desarrolla el conflicto del Bien y el Mal que se manifiesta en las oposiciones de “fidelidad e ingratitud” (causada por la ambición), “amor y odio”. Es la historia del rey Lear que, en el reparto de su reino, comete una evidente injusticia con Cornelia, la menor de sus tres hijas, que es la única que seguirá fiel en su cariño.
“Otelo” desarrolla el tema del poder destructivo de los celos. Yago siembra en Otelo la sospecha de la infidelidad de su esposa Desdémona a la que acaba matando. Yago ha pasado a la historia como símbolo de la manipulación.
“Macbeth” trata el tema de la ambición desmedida y sus consecuencias funestas. Macbeth, instigado por su esposa, asesina a su rey y comienza una espiral de horrendos crímenes para asegurar que nada se opondrá a su ambición. Ligados al tema de la ambición están los temas de la traición y la deslealtad.
“Hamlet” es la obra de teatro más representada de todos los tiempos. El tema central es “la duda” y el debate entre acción y reflexión. Hamlet, obligado por amor filial y por honor a vengar la muerte de su padre, a manos de su tío, se siente incapaz de actuar (célebre monólogo “To be or no to be”, ser o no ser), paralizado por el peso de una acción tan decisiva. También aparece en la obra el tema de la venganza y una reflexión sobre las implicaciones morales del asesinato.
En sus comedias, dejando de lado la temática y los argumentos de las mismas, sorprenden la variedad de registros que nos descubre su análisis, las combinaciones de tipo estructural que encontramos en sus diferentes títulos, la agilidad de sus diálogos… Por ejemplo en la comedia de mayor lujo compositivo y mayor riqueza de planos y estructuras expositivas: Sueño de una noche de verano.
B) El teatro clasicista francés
El teatro clásico
En París los teatros fueron canchas de pelota adaptadas; de ahí la peculiar forma rectangular de las salas francesas.
Se creó en 1680 una importante institución teatral que ha perdurado hasta nuestros días: la “Comedie française” (Comedia francesa), que ha consagrado una forma propia de representar y decir el verso.
Hacia 1630 se dio en Francia una fuerte reacción contra el Barroco, y fue en el teatro donde se mostró con mayor virulencia. El cambio de orientación en la escena francesa vino dado por la insistencia con que los preceptistas vindicaban una vuelta a las normas clásicas aristotélicas, volviendo los ojos a los modelos clásicos. Por otro lado, a partir de Descartes, cuyo Discurso del método es de 1637, fue ganando terreno la importancia de la razón como instrumento para interpretar el mundo, con lo que se impuro el gusto por lo comedido, lo equilibrado, lo claro. Se considera esta etapa de Clasicismo como la época dorada del teatro francés, ya que en ella se encuentran tres de sus más grandes dramaturgos: Pierre Corneille, Jean Racine y, tal vez por encima de todos, Moliere. Este giro hacia el Clasicismo fue bien acogido por el poder, que veía en este teatro alejado de los excesos un mayor refinamiento aristocrático. Con este espíritu clasicista se impusieron en el teatro francés estos rasgos esenciales:
Clara separación entre tragedia y comedia. La primera siempre se escribía en verso; la comedia podía estar escrita en verso o en prosa.
Distribución de los personajes según los géneros: los nobles o graves eran exclusivos de la tragedia; y los burgueses y los plebeyos, de la comedia.
Imposición de las tres unidades: de tiempo, de lugar y de acción.
División de la obra en cinco actos
Exclusión de todo tipo de excesos (escenas de sangre, aparato escénico complicado, etc.), considerados de mal gusto.
Pierre Corneille
Corneille (1606-1684) tuvo sus primeros éxitos con un teatro que no contemplaba los preceptos clásicos, hasta que en 1636 se representó su obra El Cid (sobre el famoso héroe de la épica medieval castellana). La obra obtuvo un gran éxito, pero también suscitó una enconada polémica, ya que los preceptistas le reprocharon que no se ajustara a las normas clásicas, en un momento en que el Clasicismo se imponía con fuerza. El dramaturgo aceptó las críticas y en sus siguientes obras acató los preceptos que se le demandaban. Entre estas obras se encuentran sus mejores tragedias: Horacio (1640), Cinna (1641) y Poliuto (1642). Recibió importantes reconocimientos, pero hacia mitad de siglo su fuerza creadora se fue debilitando y, aunque aún escribió numerosas obras, no volvió a obtener el éxito conseguido con las anteriores.
Aparte del gran valor dramático de muchas de sus obras, a Corneille se le reconoce el mérito de haber diseñado el modelo de la tragedia francesa, que posteriormente desarrolló y mejoró Jean Racine, más joven que él.
Jean Racine
La educación jansenista de Jean Racine (1639-1699), de una acentuada severidad moral, lo marcó profundamente en su concepción de la tragedia, impregnada siempre de un grave pesimismo. Sus personajes viven siempre insalvables dramas interiores provocados por pasiones irrefrenables. De este modo, el amor aparece en sus tragedias como un sentimiento destructivo marcado por la imposibilidad y la fatalidad. El estilo de las tragedias racinianas es elevado, sobrio y elegante, y están estructuradas con un rigor absoluto; todos los elementos dramáticos están estrictamente al servicio de la acción, la cual plantea una única crisis conducida con mano segura hacia un inexorable y fatal desenlace.
Aunque su producción literaria es abundante, la creación de las más grandes tragedias de Racine se concentra en unos pocos años: Andrómaca (1667), Británico (1669), Berenice (1670), Bayaceto (1672), Mitrídates (1673), lfigenia (1674) Y la que se considera su obra maestra, Fedra (1677).
Moliere
Creador de la comedia clásica francesa, que se impondrá con posterioridad a toda Europa. De formación clásica, Jean-Baptiste Poquelin (1622-1673), llamado “Molière”, recibe una fuerte influencia de la commedia dell’ arte italiana. Actor, autor y empresario, hombre de teatro. Criticado por los preceptistas clásicos, sufrió la mala reputación de los actores, aunque contó con el apoyo real.
Su papel de moralista termina en el mismo lugar en el que él lo definió: «No sé si no es mejor trabajar en rectificar y suavizar las pasiones humanas que pretender eliminarlas por completo», y su principal objetivo fue el de «hacer reír a la gente honrada». Puede decirse, por tanto, que hizo suya la divisa que aparecía sobre los teatritos ambulantes italianos a partir de los años 1620 en Francia, con respecto a la comedia: Castigat ridendo mores, «Corrige las costumbres riendo».
Características:
Sus mayores aportaciones son la farsa y la comedia de enredo. En ellas pretende enseñar a los hombres cómo son sin dejar nunca de divertirlos.
Destacan sus comedias de caracteres, de profunda crítica social, donde defiende la razón y el sentido común.
Busca la verosimilitud, la naturalidad y la penetración psicológica. Destacan ciertos personajes que aparecen en varias obras, como Sganarel y Scapin; y los criados, figuras cómicas y sabias.
Respeta las unidades.
Sus obras están escritas en prosa o en verso (pareados alejandrinos)
Es también destacable la variedad de registros, adecuados a los personajes y el uso de juegos de palabras.
Temática:
Casi todos los de la comedia moderna y de costumbres: la familia, la educación, la situación de la mujer en la sociedad, el arribismo y el esnobismo burgueses, la hipocresía y la capacidad de autoengaño humanos.
Clasificación de sus obras:
Farsas: El médico a palos, El enfermo imaginario, Las preciosas ridículas
Comedias
Comedias de costumbres: Las escuela de mujeres (crítica de la educación social de la mujer y de los matrimonios impuestos), Las mujeres sabias
Comedias de caracteres: Don Juan, El misántropo, El avaro, Tartufo.
De la treintena de comedias que le debemos a Moliere destacan especialmente algunas de las que escribió en la década de los sesenta. En todas ellas recrea vicios y defectos encarnados en personajes que han pasado a ser prototipos universales. De esta etapa, reseñamos a continuación las más valoradas:
Tartufo, escrita en verso, es una sátira contra la hipocresía religiosa. El protagonista que da título a la obra es un farsante que, fingiendo ser un colmo de bondades con la finalidad de lucrarse, se gana la confianza y el favor de Orgón, un necio beato y rico que lo acoge en su casa y pretende integrarlo en la familia casándolo con su propia hija.
La obra tuvo una primera versión en tres actos en 1664, pero el escándalo que causó en algunos sectores eclesiásticos provocó su prohibición. Tras recurrir esta ante el rey, Moliere presentó otra versión en 1667, que volvió a ser prohibida a instancias de las autoridades eclesiásticas. Finalmente, en 1669 se representó una nueva y definitiva versión en cinco actos, auspiciada y protegida por el propio rey Luis XIV, la cual consiguió un éxito sin precedentes.
Don Juan o el festín de piedra (1665) es una recreación del personaje libertino que había llevado a los escenarios por primera vez el español Tirso de Molina con El burlador de Sevilla. Moliere dota a este personaje de unos rasgos propios del ambiente cortesano francés, pero mantiene en él la absoluta falta de escrúpulos y el descreimiento de quien está por encima de cualquier ley o convención moral.
El misántropo (1666) es una crítica al mundo superficial y frívolo de la “buena sociedad» parisina. Alcestes, el protagonista, es un hombre cuyos principios le impiden adaptarse a estos ambientes mundanos. Incapaz de renunciar a su integridad, lleva esta a unos extremos ridículos que provocan la burla de los demás personajes.
El enfermo imaginario (1673) fue su última obra y, por una curiosa ironía, el autor, que estaba realmente enfermo, sufrió un ataque de consecuencias fatales cuando interpretaba el papel principal. Este es un burgués que, aquejado de una extremada hipocondría, despilfarra su fortuna pagando los servicios de médicos y boticarios rutinarios y de conocimientos obsoletos, a quienes el autor niega los conocimientos necesarios para curar enfermedades.
De este modo, la obra deviene una divertida y feroz crítica a la falsedad, centrada en este caso en el ejercicio de la profesión médica. Paralelamente a este tema principal, la obra censura también los matrimonios de conveniencia. Por una parte, la esposa del propio enfermo finge un amor inexistente a la espera de que el marido fallezca para heredar sus posesiones. Por otra, la hija del protagonista es forzada por su padre a contraer un matrimonio descabellado con un joven médico, necio y engolado, mientras ella está enamorada de otro joven. Vemos así un tercer tema que es igualmente objeto de la afinada crítica del autor: el abuso de la autoridad paterna.
El avaro es una comedia en prosa en 5 actos. Se estrenó en el teatro del Palais-Royal, el 9 de septiembre de 1668. El tema está claramente inspirado en La olla de Plauto. El tema central es "la avaricia ridícula e innata": Harpagon, el protagonista, que es sumamente tacaño y vive dominado por su codicia.
(Completaréis la información con la lectura y visionado de esta obra)
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